Hay momentos en los que una sola frase cambia el rumbo de una vida: “tiene usted una enfermedad crónica”, “el tratamiento será largo”, “no hay cura, pero sí acompañamiento”. Quien las escucha no siempre entiende todo lo que se dice, pero sí siente el peso de cada palabra. A partir de ahí, la vida se llena de citas médicas, informes incomprensibles, efectos secundarios y emociones difíciles de nombrar.
En esa realidad —hecha de cuerpos vulnerables, decisiones difíciles y silencios compartidos— no siempre basta con transmitir información. Muchas veces lo que se necesita es una forma de contar, de traducir lo que ocurre, de dar sentido a lo que se vive. Porque detrás de cada diagnóstico hay una historia, y detrás de cada historia, alguien que necesita ser escuchado, entendido y acompañado.
No es solo una cuestión de medicina, sino de humanidad. Y ahí es donde algunas herramientas narrativas —como el cómic— han empezado a ocupar un lugar que antes no existía: el de dar forma a lo invisible y ofrecer a pacientes, familias y profesionales un lenguaje compartido para atravesar juntos lo que a veces no se puede decir en voz alta.